Septiembre en Chiapas

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miércoles, 16 de mayo de 2012

Campañas políticas: del acceso al ejercicio del poder



Por Zoé Robledo

Recordemos la conversación de Alicia con el gato de Cheshire en la novela de Lewis Carroll. Ella pregunta cuál es el camino que debe seguir y el gato sabiamente le contesta: “Eso depende de adónde quieras llegar”. Lo mismo ocurre con el acceso al poder en una democracia. De los propósitos del poder dependerá la modalidad de las estrategias para alcanzarlo.
Definir para qué se quiere el poder permite diseñar campañas electorales en todos sus planos y actividades, orientar todos los esfuerzos, utilizar eficaz y eficientemente todos los recursos. En pocas palabras, permite no solo imaginar el camino para llegar al poder, sino construirlo, alcanzarlo y ejercerlo bien.
Y es que una campaña electoral, como proceso democrático, no es exitosa cuando se obtiene el mayor número de votos, sino cuando se obtiene el mayor número de votos y se sientan las bases suficientes y necesarias para traducir la victoria en insumo para ejercer el poder político y no solo la autoridad. En ese sentido, es válida la pregunta: ¿cuáles son las estrategias que deben regir una campaña que, por encima del triunfo electoral, busque generar los escenarios propicios para el ejercicio del poder? Este texto propone un breve acercamiento a dichas estrategias.
El poder democrático
Un régimen democrático debe legitimarse y garantizar su permanencia en medio de la pluralidad. Esto implica cierto nivel de fragmentación del poder. Sin embargo, irónicamente, el funcionamiento de una democracia exige capacidad para reagrupar ese poder bajo normas e instituciones. Es por ello que, en la democracia, el acceso al poder solo tiene lugar mediante el triunfo en elecciones. Pero dicho triunfo no garantiza que se podrá gobernar con éxito. Apenas abre la posibilidad para intentarlo. Acceder a un puesto de elección hace legítimo para el político iniciar la alineación de las fuerzas que le permitirán gobernar, pero en ningún caso resuelve el ejercicio del poder. El gobernante no surge en la elección; el gobernante se materializa en el ejercicio cotidiano del poder, el cual no se resuelve en las urnas.
Lo anterior implica que el triunfo electoral, bajo ciertas condiciones, favorecerá el acceso al poder, mientras que los triunfos que carezcan de aquellos elementos que faciliten la alineación de fuerzas para constituir un gobierno, complicarán el ejercicio de apropiación legítima del poder. Si hay rutas de triunfo electoral que favorecen el acceso al poder y rutas que permiten la victoria pero que no coadyuvan a la transformación del ganador en gobernante efectivo, entonces el reto es identificar los elementos básicos de esas rutas.
Antes de revisar estos elementos, vale la pena identificar las fases donde debe verificarse cada uno de ellos, esto es las etapas mínimas que han de cubrirse durante la competencia para tener derecho a acceder al poder.
Las fases de la competencia
En una primera fase, una elección puede ganarse de forma legítima y democrática antes que dé inicio la campaña. Lo anterior no es un absurdo. Si un candidato o precandidato logra el consenso de las fuerzas políticas representativas mediante un ejercicio de alianzas y acuerdos, puede llegar al inicio de la contienda con una ventaja mayoritaria definitiva.
En una segunda fase, una elección se gana en la campaña misma, con base en las propuestas del candidato y su capacidad para transmitirlas y establecer un vínculo de identificación con el electorado.
En una tercera etapa, después de ganadas las elecciones, los compromisos de campaña pueden caer en saco roto si el candidato electo no construye las alianzas necesarias para convertir sus propuestas electorales en propuestas de gobierno con un mínimo de viabilidad. No es posible acceder al poder solo con simpatía popular; hace falta oferta y organización política. Una elección puede ganarse con un esfuerzo mediático y de imagen impecable, pero difícilmente una campaña que se construya únicamente sobre ese pilar llegará a transformarse en una campaña de acceso efectivo al poder.
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¿Individuos o instituciones?
Las campañas modernas parecieran construirse alrededor de individuos. La insistencia en la competencia democrática simplista individualiza la contienda y la convierte casi en concursos de simpatía, presencia y frecuencia. Esto no sería del todo alarmante o disfuncional si la democracia consolidada y funcional no apuntase precisamente en sentido contrario. En la democracia lo que siempre prevalece y lo que da fuerza al acuerdo son las instituciones y las normas.
La fuerza de la democracia se construye sobre la certeza de los procesos y la relativa intrascendencia del poder individualizado. Una democracia eficaz depende del funcionamiento del marco institucional, lo que requiere de política y de un proyecto de gobierno que sirva de contexto a la discusión. De ahí los riesgos de elecciones que lleven a las puertas del poder a candidatos armados solo de imagen y simpatía, con poca pericia política y estrategias administrativas e institucionales pobres.
El líder democrático es un líder al frente de instituciones que seguirán existiendo más allá de su mandato; no es un líder por encima de ellas.
Mientras las campañas se personalizan, los procesos que definen el funcionamiento de un gobierno se institucionalizan. Ese es el dilema que explica a los grandes candidatos ganadores que nunca se convierten en gobernantes efectivos.
Para responder a ese escenario hacen falta campañas políticas balanceadas que combinen imagen (mercadotecnia en su sentido más simple), política (construcción de redes y alianzas en su sentido más complejo), oferta de gobierno (oferta pública e institucional en su sentido más integral) y organización (estructuras partidistas).
Obviamente, el balance de estos cuatro elementos no siempre es el mismo. Si imagen, política, oferta de gobierno y organización son los cuatro elementos clave para convertir una elección en una puerta efectiva de acceso al poder, es factible ubicar cada uno de ellos como elemento dominante, no único, en cada una de las tres etapas esenciales del ciclo de acceso al poder.
Para hacer viable la conformación de una candidatura harán falta política e imagen; para triunfar en la campaña serán esenciales la imagen y la oferta de gobierno; para intentar asumir el poder una vez ganada la elección, la política y la alianza con la sociedad serán las piezas clave. Se deberá tener persuasión para ser nominado, identificación con el ciudadano para ser electo y capacidad para ser considerado como gobernante efectivo.
En términos más operativos, una campaña, para convertirse en el paso fundamental de acceso al poder, debe contemplar cinco elementos básicos: investigación e información, planeación estratégica, organización estratégica, comunicación pública y operación política.
Investigación
Toda campaña debe partir de una auditoría de los factores políticos, económicos, electorales, sociales y de estructura partidista que llevaron al equilibrio vigente de poder, para decidir si este puede ser alterado. Claro que una campaña puede conseguir el triunfo sin investigar los factores que definieron la situación inicial, pero con el riego de dejar de construir los pilares adecuados para obtener más votos y carecer de las bases y acuerdos mínimos para hacer gobernable el espacio público que se recibe. La investigación es la base para la precisión en la selección de rutas de acceso al poder.
En sus Consejos políticos, Plutarco esgrimía las razones para conocer la cultura política imperante, “el carácter del pueblo”; no para imitarlo, sino “para utilizar todos los procedimientos para poder hacerse con él. Pues el desconocimiento de las costumbres lleva a no atinar en el blanco y a errores no menores en la política”.1
Planeación estratégica
Una estrategia de campaña traduce intenciones en objetivos y describe, de forma ordenada, las acciones para acceder al poder. En democracias consolidadas o en procesos avanzados de consolidación, esas acciones no se definirán de manera discrecional. La planeación estratégica debe contemplar una estrategia jurídica que legitime y proteja un posible triunfo.
La propia competencia propicia que se destinen enormes cantidades de recursos al esfuerzo electoral. En este aspecto debemos ser especialmente realistas. Aún cuando las legislaciones otorguen dinero público para el financiamiento de campañas o el candidato esté dispuesto a gastar parte de sus propios recursos, resulta indispensable elaborar una estrategia o ruta de donantes. La capacidad para crear redes legítimas de financiamiento es un indicador de la capacidad de un actor y su partido para construir redes de gobernabilidad. Una campaña totalmente marginal en la recolección de recursos puede ser una campaña incapaz de construir puentes de estabilidad y suma políticas en etapas posteriores.
En síntesis, el ejercicio de planeación es una prueba de aptitud mínima que se demanda a un candidato que espera ganar hoy y gobernar mañana.
Organización estratégica
Una campaña que demanda una organización compleja es una campaña que ofrece ciertas garantías sobre la participación de instituciones políticas permanentes. Una campaña de marketing puro y de vocación totalmente individual requiere sincronización, pero no organización estratégica. Pensar en términos de organización implica pensar en términos de candidato y partido, en términos de estructuras de movilización y, por tanto, de relación con organizaciones sociales, económicas y ciudadanas.
Una campaña que considera la organización estratégica es la semilla de un gobierno que deberá hacer compatibles la convivencia de distintos intereses que quizá comparten objetivos generales comunes pero difieren en sus métodos de acción y sus prioridades.
La imaginación conduce al poder siempre y cuando exista la organización. Para ello, una campaña demanda una organización con un equipo de colaboradores plural y con experiencia en el terreno electoral que permita realizar las diversas funciones requeridas a lo largo de las etapas de la campaña.